La clase de persona que eres habla en voz tan alta que no me deja oír lo que dices.
(Ralph Waldo Emerson)
Era una soleada tarde de sábado en Oklahoma y Bobby Lewis, mi amigo y un padre orgulloso, llevó a sus dos niños a jugar al minigolf. Se dirigió a la taquilla y preguntó al empleado cuánto costaba la entrada.
—Tres dólares para usted y lo mismo para cada niño mayor de seis años. Hasta los seis tienen entrada libre. ¿Qué edad tienen? —respondió el muchacho.
—El abogado tiene tres y el médico, siete —contestó Bobby—, o sea que le debo a usted seis dólares.
—Oiga, señor —le dijo el muchacho de la taquilla—, ¿le ha tocado la lotería o qué? Podría haberse ahorrado tres dólares sólo con decirme que el mayor tiene seis. Yo no me hubiera dado cuenta de la diferencia.
—Es probable que usted no se hubiera dado cuenta —asintió Bobby—, pero los niños sí.
Como decía Ralph Waldo Emerson, «la clase de persona que eres habla en voz tan alta que no me deja oír lo que dices». En tiempos tan difíciles como éstos, en los que la ética es más importante que nunca, asegúrate de que estás dando un buen ejemplo a todos los que trabajan y viven contigo.
Comparto estos documentos recopilados de una gran lista, que pueden ayudarnos y sernos útiles, quiero agradecer a Daniel Rincon Prada, Graciela Aguilar, Graciela E. Prepelitchi,Mónica Uribe López, Romeo Rios, Carmen Rupérez Pérez y mucha gente que ha estado en la sombra alimentando nuevacreative con un gran aporte de historias valiosas e interesantes que nos permiten reflexionar, evolucionar y mejorar cada día un poco más.
miércoles, 22 de febrero de 2012
jueves, 16 de febrero de 2012
El poder de la actitud
Luis Siempre estaba de buen humor y siempre tenia algo positivo que decir. Cuando alguien le preguntaba como le iba, él respondía: "Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo".
Era un gerente único porque tenia varias meseras que lo habían seguido de restaurante en restaurante. La razón por la que las meseras seguían a Luis era por su actitud. Él era un motivador natural: Si un empleado tenia un mal día, Luis estaba ahí para decirle al empleado como ver el lado positivo de la situación.
Ver este estilo realmente me causo curiosidad, así que un día fui a buscar a Luis y le pregunte: "No lo entiendo... no es posible ser una persona positiva todo el tiempo, ¿cómo lo haces?" Luis respondió: "Cada mañana me despierto y me digo a mí mismo, Luis, tienes dos opciones hoy: Puedes escoger estar de buen humor o puedes escoger estar de malhumor. Escojo estar de buen humor". "Cada vez que sucede algo malo puedo escoger entre ser una víctima o aprender de ello. Escojo aprender de ello". "Cada vez que alguien viene a mí para quejarse, puedo aceptar su queja o puedo señalarle el lado positivo de la vida. Escojo enseñarle el lado positivo de la vida".
"Si claro pero no es tan fácil (proteste)". "Si lo es", dijo Luis. "Todo en La vida es acerca de elecciones. Cuando quitas todo lo demás, cada situación es una elección. Tu eliges como reaccionas a cada situación, tu eliges como la gente afectara tu estado de animo, tu eliges estar de buen humor o mal humor". En resumen: "TU ELIGES COMO VIVIR LA VIDA".
Reflexione en lo que Luis me dijo. Poco tiempo después, deje la Industria de restaurantes para iniciar mi propio negocio. Perdimos contacto, pero con frecuencia pensaba en Luis cuando tenia que hacer una elección en la vida en vez de reaccionar a ella.
Varios años mas tarde, me entere que Luis hizo algo que nunca debe hacerse
en un negocio de restaurante: Dejo la puerta de atrás abierta una mañana y fue asaltado por 3 ladrones armados. Mientras trataba de abrir la caja fuerte, su mano temblando por el nerviosismo, resbalo de la perilla de combinación. Los asaltantes sintieron pánico y le dispararon.
Con mucha suerte, Luis fue encontrado relativamente pronto y llevado de emergencia a una clínica. Después de 18 horas de cirugía y semanas de terapia intensiva, Luis fue dado de alta aun con fragmentos de bala en su cuerpo.
Me encontré con Luis seis meses después del accidente y cuando le pregunte como estaba, me respondió: "Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo". Le pregunté que paso por su mente en el momento del asalto. Contesto: "Lo primero que vino a mi mente fue que debí haber cerrado con llave la puerta de atrás. Cuando estaba tirado en el piso recordé que tenia 2 opciones. Podía elegir vivir o podía elegir morir. Elegí vivir".
"¿No, sentiste miedo?", le pregunté. Luis continuo - "Los médicos fueron geniales. No dejaban de decirme que iba a estar bien. Pero cuando me llevaron al quirófano y vi las expresiones de las caras de los médicos y enfermeras, realmente me asuste... podía leer en sus ojos: es hombre muerto. Supe entonces que debía tomar una decisión." "¿Que hiciste?", pregunté. "Bueno... uno de los médicos me preguntó si era alérgico a algo y respirando profundo grite: "Sí, a las balas". Mientras reían les dije: "Estoy escogiendo vivir... opérenme como si estuviera vivo, no muerto".
Luis vivió por la maestría de los médicos, pero sobre todo por su asombrosa actitud. Aprendí de que cada día tenemos la elección de vivir plenamente.
La ACTITUD, al final, define el horizonte.
Era un gerente único porque tenia varias meseras que lo habían seguido de restaurante en restaurante. La razón por la que las meseras seguían a Luis era por su actitud. Él era un motivador natural: Si un empleado tenia un mal día, Luis estaba ahí para decirle al empleado como ver el lado positivo de la situación.
Ver este estilo realmente me causo curiosidad, así que un día fui a buscar a Luis y le pregunte: "No lo entiendo... no es posible ser una persona positiva todo el tiempo, ¿cómo lo haces?" Luis respondió: "Cada mañana me despierto y me digo a mí mismo, Luis, tienes dos opciones hoy: Puedes escoger estar de buen humor o puedes escoger estar de malhumor. Escojo estar de buen humor". "Cada vez que sucede algo malo puedo escoger entre ser una víctima o aprender de ello. Escojo aprender de ello". "Cada vez que alguien viene a mí para quejarse, puedo aceptar su queja o puedo señalarle el lado positivo de la vida. Escojo enseñarle el lado positivo de la vida".
"Si claro pero no es tan fácil (proteste)". "Si lo es", dijo Luis. "Todo en La vida es acerca de elecciones. Cuando quitas todo lo demás, cada situación es una elección. Tu eliges como reaccionas a cada situación, tu eliges como la gente afectara tu estado de animo, tu eliges estar de buen humor o mal humor". En resumen: "TU ELIGES COMO VIVIR LA VIDA".
Reflexione en lo que Luis me dijo. Poco tiempo después, deje la Industria de restaurantes para iniciar mi propio negocio. Perdimos contacto, pero con frecuencia pensaba en Luis cuando tenia que hacer una elección en la vida en vez de reaccionar a ella.
Varios años mas tarde, me entere que Luis hizo algo que nunca debe hacerse
en un negocio de restaurante: Dejo la puerta de atrás abierta una mañana y fue asaltado por 3 ladrones armados. Mientras trataba de abrir la caja fuerte, su mano temblando por el nerviosismo, resbalo de la perilla de combinación. Los asaltantes sintieron pánico y le dispararon.
Con mucha suerte, Luis fue encontrado relativamente pronto y llevado de emergencia a una clínica. Después de 18 horas de cirugía y semanas de terapia intensiva, Luis fue dado de alta aun con fragmentos de bala en su cuerpo.
Me encontré con Luis seis meses después del accidente y cuando le pregunte como estaba, me respondió: "Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo". Le pregunté que paso por su mente en el momento del asalto. Contesto: "Lo primero que vino a mi mente fue que debí haber cerrado con llave la puerta de atrás. Cuando estaba tirado en el piso recordé que tenia 2 opciones. Podía elegir vivir o podía elegir morir. Elegí vivir".
"¿No, sentiste miedo?", le pregunté. Luis continuo - "Los médicos fueron geniales. No dejaban de decirme que iba a estar bien. Pero cuando me llevaron al quirófano y vi las expresiones de las caras de los médicos y enfermeras, realmente me asuste... podía leer en sus ojos: es hombre muerto. Supe entonces que debía tomar una decisión." "¿Que hiciste?", pregunté. "Bueno... uno de los médicos me preguntó si era alérgico a algo y respirando profundo grite: "Sí, a las balas". Mientras reían les dije: "Estoy escogiendo vivir... opérenme como si estuviera vivo, no muerto".
Luis vivió por la maestría de los médicos, pero sobre todo por su asombrosa actitud. Aprendí de que cada día tenemos la elección de vivir plenamente.
La ACTITUD, al final, define el horizonte.
jueves, 9 de febrero de 2012
Se venden cachorros
El propietario de una tienda estaba colgando sobre la puerta un cartel que anunciaba: «Venta de cachorros». Ese tipo de anuncios tienen la virtud de llamar la atención de los niños y no tardó en aparecer un niñito bajo el cartel.
—¿A cuánto vende usted los cachorros? —preguntó.
—Entre treinta y cincuenta dólares —respondió el dueño de la tienda.
El pequeño rebuscó en sus bolsillos y sacó algunas monedas.
—Sólo tengo dos dólares y treinta y siete centavos —anunció—. ¿Puedo verlos, por favor?
El dueño sonrió, emitió un silbido y de la perrera salió Lady, que se acercó corriendo por el pasillo de la tienda seguida por cinco minúsculas bolitas de pelo. Uno de los cachorros seguía a los demás con dificultades. Inmediatamente, el niño se fijó en el perrito lisiado que cojeaba y preguntó:
—¿Qué le pasa a ese perrito?
El dueño de la tienda le explicó que el veterinario, al examinarlo, había descubierto que al cachorrito le faltaba la fosa de articulación de la cadera.
—Pues ése es el cachorrito que quiero comprar —exclamó el niño, entusiasmado.
—No creo que quieras comprarlo —objetó el dueño de la tienda—, pero si realmente lo quieres, te lo regalo.
El chiquillo se ofendió mucho; miró a los ojos al dueño de la tienda, apuntándole con un dedo, y declaró:
—No quiero que me lo regale. Ese perrito vale tanto como cualquiera y le pagaré a usted lo que valga. Es más, ahora le daré todo lo que tengo y le iré pagando cincuenta centavos cada mes hasta completar su precio.
—En realidad, no creo que quieras comprar el perrito —replicó el hombre—. Nunca podrá correr y saltar y jugar contigo como los demás cachorritos.
Al oír estas palabras, el chiquillo se inclinó para levantarse la pernera del pantalón, mostrando una pierna gravemente deformada que se apoyaba en una ortopedia. Levantó los ojos hacia el propietario de la tienda y respondió en voz baja:
—Bueno, yo tampoco soy muy buen corredor y el cachorro necesitará a alguien que lo entienda.
—¿A cuánto vende usted los cachorros? —preguntó.
—Entre treinta y cincuenta dólares —respondió el dueño de la tienda.
El pequeño rebuscó en sus bolsillos y sacó algunas monedas.
—Sólo tengo dos dólares y treinta y siete centavos —anunció—. ¿Puedo verlos, por favor?
El dueño sonrió, emitió un silbido y de la perrera salió Lady, que se acercó corriendo por el pasillo de la tienda seguida por cinco minúsculas bolitas de pelo. Uno de los cachorros seguía a los demás con dificultades. Inmediatamente, el niño se fijó en el perrito lisiado que cojeaba y preguntó:
—¿Qué le pasa a ese perrito?
El dueño de la tienda le explicó que el veterinario, al examinarlo, había descubierto que al cachorrito le faltaba la fosa de articulación de la cadera.
—Pues ése es el cachorrito que quiero comprar —exclamó el niño, entusiasmado.
—No creo que quieras comprarlo —objetó el dueño de la tienda—, pero si realmente lo quieres, te lo regalo.
El chiquillo se ofendió mucho; miró a los ojos al dueño de la tienda, apuntándole con un dedo, y declaró:
—No quiero que me lo regale. Ese perrito vale tanto como cualquiera y le pagaré a usted lo que valga. Es más, ahora le daré todo lo que tengo y le iré pagando cincuenta centavos cada mes hasta completar su precio.
—En realidad, no creo que quieras comprar el perrito —replicó el hombre—. Nunca podrá correr y saltar y jugar contigo como los demás cachorritos.
Al oír estas palabras, el chiquillo se inclinó para levantarse la pernera del pantalón, mostrando una pierna gravemente deformada que se apoyaba en una ortopedia. Levantó los ojos hacia el propietario de la tienda y respondió en voz baja:
—Bueno, yo tampoco soy muy buen corredor y el cachorro necesitará a alguien que lo entienda.
miércoles, 8 de febrero de 2012
El poder de la sonrisa
Cuenta el autor que, capturado por el enemigo, lo confinaron en una celda. Por las miradas desdeñosas y el rudo tratamiento que recibió de sus carceleros, estaba seguro de que al día siguiente lo ejecutarían. A partir de aquí contaré la historia tal como la recuerdo, con mis propias palabras.
«Estaba seguro de que me matarían, y me fui poniendo tremendamente inquieto y nervioso. Repasé mis bolsillos en busca de algún cigarrillo que pudiera haber quedado en ellos pese al registro y encontré uno que, con manos temblorosas, apenas pude llevarme a los labios. Pero no tenía fósforos; eso sí se lo habían llevado.
»Por entre los barrotes miré a mi carcelero, que evitaba mantener contacto conmigo. Después de todo, nadie intenta mirar a los ojos a una cosa, a un cadáver. Decidí preguntarle:
»—¿Tiene fuego, por favor?
»Me miró, se encogió de hombros y se acercó a encenderme el cigarrillo.
»Mientras se acercaba para encender el fósforo, sin intención alguna, nuestros ojos se cruzaron. En ese momento, sin saber por qué, le sonreí. Quizá fuera por nerviosismo, tal vez porque cuando dos personas están muy cerca una de otra es muy difícil no sonreír. En todo caso, le sonreí. En ese instante fue como si se encendiera una chispa en nuestros corazones, en nuestras almas: éramos humanos. Sé que aunque él no lo quería, mi sonrisa pasó a través de los barrotes y provocó otra sonrisa en sus labios. Me encendió el cigarrillo y se quedó cerca, mirándome directamente a los ojos, sin dejar de sonreír.
»También yo seguí sonriéndole; ahora ya lo veía como a una persona, no como a un simple carcelero. Pareció como si el hecho de que me mirara hubiera cobrado también una nueva dimensión.
»—¿Tienes hijos? —me preguntó.
»—Si, mira.
»Saqué la cañera y busqué las fotos de mi familia. Él también sacó las fotos de sus hijos y empezó a hablar de los planes y las esperanzas que ellos le inspiraban. A mí se me llenaron los ojos de lágrimas. Le dije que temía no volver a ver nunca a mi familia, no poder llegar a verlos crecer. A él también se le humedecieron los ojos.
»De pronto, sin decir nada más, abrió la puerta y sin añadir palabra me guió hacia la salida. Ya fuera de la cárcel, silenciosamente y por callejas apartadas, me condujo fuera de la ciudad. Allí, ya casi en el límite, me dejó en libertad y, sin una palabra más, regresó.
»Aquella sonrisa me había salvado la vida.
Sí, la sonrisa... el contacto espontáneo, natural, no afectado entre las personas. Éste es un episodio que cuento en mi trabajo porque me gustaría que la gente pensara en que, debajo de todas las capas defensivas que construimos para protegernos, para proteger nuestra dignidad, nuestros títulos, nuestros grados, nuestro estatus y nuestra necesidad de que nos vean de tal o cual manera... por debajo de todo eso, sigue estando, auténtico y esencial, lo que somos. No me asusta llamarlo alma. Realmente, creo que si esa parte de ti y esa parte de mí pudieran reconocerse la una a la otra, no seríamos enemigos. No podríamos sentir odio ni envidia ni miedo. Con tristeza llego a la conclusión de que todos esos estratos que tan cuidadosamente vamos construyendo a lo largo de toda la vida, nos distancian de los demás y nos aíslan de cualquier auténtico contacto con ellos. El relato de Saint-Exupéry nos habla de ese momento mágico en que dos almas se reconocen.
No he tenido más que unos pocos momentos como aquél. Enamorarse es un ejemplo y también observar a un bebé. ¿Por qué sonreímos cuando vemos un bebé? Quizá sea porque vemos a alguien que aún no tiene todas esas barreras defensivas, alguien que, bien lo sabemos, cuando nos sonríe lo hace de forma totalmente auténtica y sin engaños. Y el alma de bebé que seguimos llevando dentro sonríe con melancólico agradecimiento.
«Estaba seguro de que me matarían, y me fui poniendo tremendamente inquieto y nervioso. Repasé mis bolsillos en busca de algún cigarrillo que pudiera haber quedado en ellos pese al registro y encontré uno que, con manos temblorosas, apenas pude llevarme a los labios. Pero no tenía fósforos; eso sí se lo habían llevado.
»Por entre los barrotes miré a mi carcelero, que evitaba mantener contacto conmigo. Después de todo, nadie intenta mirar a los ojos a una cosa, a un cadáver. Decidí preguntarle:
»—¿Tiene fuego, por favor?
»Me miró, se encogió de hombros y se acercó a encenderme el cigarrillo.
»Mientras se acercaba para encender el fósforo, sin intención alguna, nuestros ojos se cruzaron. En ese momento, sin saber por qué, le sonreí. Quizá fuera por nerviosismo, tal vez porque cuando dos personas están muy cerca una de otra es muy difícil no sonreír. En todo caso, le sonreí. En ese instante fue como si se encendiera una chispa en nuestros corazones, en nuestras almas: éramos humanos. Sé que aunque él no lo quería, mi sonrisa pasó a través de los barrotes y provocó otra sonrisa en sus labios. Me encendió el cigarrillo y se quedó cerca, mirándome directamente a los ojos, sin dejar de sonreír.
»También yo seguí sonriéndole; ahora ya lo veía como a una persona, no como a un simple carcelero. Pareció como si el hecho de que me mirara hubiera cobrado también una nueva dimensión.
»—¿Tienes hijos? —me preguntó.
»—Si, mira.
»Saqué la cañera y busqué las fotos de mi familia. Él también sacó las fotos de sus hijos y empezó a hablar de los planes y las esperanzas que ellos le inspiraban. A mí se me llenaron los ojos de lágrimas. Le dije que temía no volver a ver nunca a mi familia, no poder llegar a verlos crecer. A él también se le humedecieron los ojos.
»De pronto, sin decir nada más, abrió la puerta y sin añadir palabra me guió hacia la salida. Ya fuera de la cárcel, silenciosamente y por callejas apartadas, me condujo fuera de la ciudad. Allí, ya casi en el límite, me dejó en libertad y, sin una palabra más, regresó.
»Aquella sonrisa me había salvado la vida.
Sí, la sonrisa... el contacto espontáneo, natural, no afectado entre las personas. Éste es un episodio que cuento en mi trabajo porque me gustaría que la gente pensara en que, debajo de todas las capas defensivas que construimos para protegernos, para proteger nuestra dignidad, nuestros títulos, nuestros grados, nuestro estatus y nuestra necesidad de que nos vean de tal o cual manera... por debajo de todo eso, sigue estando, auténtico y esencial, lo que somos. No me asusta llamarlo alma. Realmente, creo que si esa parte de ti y esa parte de mí pudieran reconocerse la una a la otra, no seríamos enemigos. No podríamos sentir odio ni envidia ni miedo. Con tristeza llego a la conclusión de que todos esos estratos que tan cuidadosamente vamos construyendo a lo largo de toda la vida, nos distancian de los demás y nos aíslan de cualquier auténtico contacto con ellos. El relato de Saint-Exupéry nos habla de ese momento mágico en que dos almas se reconocen.
No he tenido más que unos pocos momentos como aquél. Enamorarse es un ejemplo y también observar a un bebé. ¿Por qué sonreímos cuando vemos un bebé? Quizá sea porque vemos a alguien que aún no tiene todas esas barreras defensivas, alguien que, bien lo sabemos, cuando nos sonríe lo hace de forma totalmente auténtica y sin engaños. Y el alma de bebé que seguimos llevando dentro sonríe con melancólico agradecimiento.
El amor y el taxista
El otro día, en Nueva York, cogí un taxi con un amigo. Cuando nos bajamos, mi amigo le dijo al taxista:
—Le agradezco el viaje. Es usted un conductor estupendo.
Durante un segundo, el hombre se quedó atónito. Después reaccionó:
—Oiga, ¿me está tomando el pelo o qué?
—Nada de eso, amigo mío, no tengo intención de molestarlo. Admiro la tranquilidad con que se mueve en medio de semejante tránsito.
—Ah —farfulló el conductor, y siguió su recorrido.
—¿A qué venía eso? —pregunté.
—Estoy tratando de restaurar el amor en Nueva York —me respondió mi amigo—. Creo que es lo único capaz de recuperar la ciudad.
—¿Cómo es posible que un solo hombre salve Nueva York?
—No es cuestión de un solo hombre. Creo que a ese taxista le he cambiado el día. Suponte que haga veinte viajes. Pues será amable con esos veinte pasajeros porque alguien fue amable con él. Ellos, a su vez, serán más cordiales con sus empleados, servidores o colaboradores, e incluso con sus respectivas familias. En última instancia, la buena disposición podría extenderse a un millar de personas por lo menos. No está mal, ¿no te parece?
—Pero tú confías en que ese taxista transmita tu buena disposición a los demás.
—No estoy confiando en nada —respondió mi amigo—. Me doy cuenta de que el sistema no es totalmente seguro. Hoy puedo encontrarme con diez personas muy diferentes, si de entre esos diez puedo hacer felices a tres, finalmente podré influir en forma indirecta sobre las actitudes de tres mil más.
—Teóricamente suena bien —admití—, pero no estoy seguro de que en la práctica funcione.
—Si no funciona no se pierde nada. No perdí ni un minuto en decirle a ese hombre que estaba haciendo muy bien su trabajo. Ni le di una propina mayor ni una más pequeña. Y si mis palabras cayeron en oídos sordos, ¿qué importa? Mañana habrá algún otro taxista a quien pueda tratar de hacer feliz.
—Oye, tú estás un poco chiflado —señalé.
—Tus palabras demuestran lo cínico que te has vuelto. Este asunto lo tengo estudiado. Lo que al parecer les falta a nuestros empleados de correos, aparte de dinero, por cierto, es que nadie les dice lo bien que están haciendo su trabajo.
—Pero si no están haciendo bien su trabajo.
—Si no están haciendo bien su trabajo es porque sienten que a nadie le importa cómo lo hacen. ¿Por qué no decirles una palabra que les anime?
En ese momento pasábamos junto a un edificio en construcción, donde cinco obreros estaban almorzando. Mi amigo se detuvo.
—Qué trabajo estupendo habéis hecho —señaló—. Debe de ser algo muy difícil y peligroso.
Los hombres lo miraron con desconfianza.
—¿Cuándo estará terminado?
—En junio —gruñó uno de ellos.
—Ah. Pues realmente, es impresionante. Debéis de estar muy orgullosos.
Seguimos caminando y yo le señalé:
—No he visto a nadie como tú desde que leí el Quijote.
—Cuando esos hombres asimilen mis palabras se sentirán más felices y, de alguna manera, su felicidad será un beneficio para la ciudad.
—Pero, ¡esa no es una tarea para que la hagas tú solo! —protesté yo—. Al fin y al cabo, no eres más que un hombre.
—Lo más importante es no descorazonarse. Intentar que la gente de la ciudad vuelva a ser feliz no es tarea fácil, pero si puedo enrolar a más gente en mi campaña...
—Acabas de guiñarle el ojo a una mujer feísima —le señalé.
—Ya lo sé —me respondió—. Piensa que si es maestra de escuela hoy sus alumnos tendrán un día fantástico.
—Le agradezco el viaje. Es usted un conductor estupendo.
Durante un segundo, el hombre se quedó atónito. Después reaccionó:
—Oiga, ¿me está tomando el pelo o qué?
—Nada de eso, amigo mío, no tengo intención de molestarlo. Admiro la tranquilidad con que se mueve en medio de semejante tránsito.
—Ah —farfulló el conductor, y siguió su recorrido.
—¿A qué venía eso? —pregunté.
—Estoy tratando de restaurar el amor en Nueva York —me respondió mi amigo—. Creo que es lo único capaz de recuperar la ciudad.
—¿Cómo es posible que un solo hombre salve Nueva York?
—No es cuestión de un solo hombre. Creo que a ese taxista le he cambiado el día. Suponte que haga veinte viajes. Pues será amable con esos veinte pasajeros porque alguien fue amable con él. Ellos, a su vez, serán más cordiales con sus empleados, servidores o colaboradores, e incluso con sus respectivas familias. En última instancia, la buena disposición podría extenderse a un millar de personas por lo menos. No está mal, ¿no te parece?
—Pero tú confías en que ese taxista transmita tu buena disposición a los demás.
—No estoy confiando en nada —respondió mi amigo—. Me doy cuenta de que el sistema no es totalmente seguro. Hoy puedo encontrarme con diez personas muy diferentes, si de entre esos diez puedo hacer felices a tres, finalmente podré influir en forma indirecta sobre las actitudes de tres mil más.
—Teóricamente suena bien —admití—, pero no estoy seguro de que en la práctica funcione.
—Si no funciona no se pierde nada. No perdí ni un minuto en decirle a ese hombre que estaba haciendo muy bien su trabajo. Ni le di una propina mayor ni una más pequeña. Y si mis palabras cayeron en oídos sordos, ¿qué importa? Mañana habrá algún otro taxista a quien pueda tratar de hacer feliz.
—Oye, tú estás un poco chiflado —señalé.
—Tus palabras demuestran lo cínico que te has vuelto. Este asunto lo tengo estudiado. Lo que al parecer les falta a nuestros empleados de correos, aparte de dinero, por cierto, es que nadie les dice lo bien que están haciendo su trabajo.
—Pero si no están haciendo bien su trabajo.
—Si no están haciendo bien su trabajo es porque sienten que a nadie le importa cómo lo hacen. ¿Por qué no decirles una palabra que les anime?
En ese momento pasábamos junto a un edificio en construcción, donde cinco obreros estaban almorzando. Mi amigo se detuvo.
—Qué trabajo estupendo habéis hecho —señaló—. Debe de ser algo muy difícil y peligroso.
Los hombres lo miraron con desconfianza.
—¿Cuándo estará terminado?
—En junio —gruñó uno de ellos.
—Ah. Pues realmente, es impresionante. Debéis de estar muy orgullosos.
Seguimos caminando y yo le señalé:
—No he visto a nadie como tú desde que leí el Quijote.
—Cuando esos hombres asimilen mis palabras se sentirán más felices y, de alguna manera, su felicidad será un beneficio para la ciudad.
—Pero, ¡esa no es una tarea para que la hagas tú solo! —protesté yo—. Al fin y al cabo, no eres más que un hombre.
—Lo más importante es no descorazonarse. Intentar que la gente de la ciudad vuelva a ser feliz no es tarea fácil, pero si puedo enrolar a más gente en mi campaña...
—Acabas de guiñarle el ojo a una mujer feísima —le señalé.
—Ya lo sé —me respondió—. Piensa que si es maestra de escuela hoy sus alumnos tendrán un día fantástico.
lunes, 6 de febrero de 2012
Positivo o Negativo
Aquileo era un tipo demasiado pesimista. Leía las noticias en el periódico, y comentaba: - Que horror, tanta violencia, tantos robos, asaltos, y asustado exclamaba los ladrones son tantos que ninguna casa se salvara de ser visitada por los dueños de lo ajeno.
Miraba la Televisión y al ver las noticias de las inundaciones comentaba: ¡Vamos a morir ahogados! El rió se desbordo, huyan por sus vidas. Salía por la noche y al ver los diversos lugares de prostitución decía: Estamos peor que en los tiempos de Sodoma y Gomorra.
Aquileo en cualquier acontecimiento exageraba al extremo, al ser extremadamente pesimista.
Un día Aquilito, su pequeño hijo de 8 años de edad, preocupado por las reacciones de su papa ante todos los acontecimientos, con una pila en la mano se dirige a su progenitor y le dice: Querido Papa, quiero hacerte una pregunta: ¿Tú sabes cual es la diferencia entre esta pila y tú?
Asombrado ante esta pregunta el pesimista de Aquileo, piensa en darle una respuesta a su hijo, y al final se da por vencido diciendo: -En estos momentos no se responder a tu pregunta, dime ¿cual es esa diferencia que tu dices que hay entre esa pila y yo?
El pequeño mostrándole la pila (que seguramente le sacaría del mando de la Tele) le señala e indica el lado positivo y da una respuesta de la que podemos aprender bastante:
-La diferencia es que la pila tiene al menos un lado positivo…
Miraba la Televisión y al ver las noticias de las inundaciones comentaba: ¡Vamos a morir ahogados! El rió se desbordo, huyan por sus vidas. Salía por la noche y al ver los diversos lugares de prostitución decía: Estamos peor que en los tiempos de Sodoma y Gomorra.
Aquileo en cualquier acontecimiento exageraba al extremo, al ser extremadamente pesimista.
Un día Aquilito, su pequeño hijo de 8 años de edad, preocupado por las reacciones de su papa ante todos los acontecimientos, con una pila en la mano se dirige a su progenitor y le dice: Querido Papa, quiero hacerte una pregunta: ¿Tú sabes cual es la diferencia entre esta pila y tú?
Asombrado ante esta pregunta el pesimista de Aquileo, piensa en darle una respuesta a su hijo, y al final se da por vencido diciendo: -En estos momentos no se responder a tu pregunta, dime ¿cual es esa diferencia que tu dices que hay entre esa pila y yo?
El pequeño mostrándole la pila (que seguramente le sacaría del mando de la Tele) le señala e indica el lado positivo y da una respuesta de la que podemos aprender bastante:
-La diferencia es que la pila tiene al menos un lado positivo…
A pesar de eso
A pesar de eso...
Haciendo bien las cosas, a pesar de todo.
Las personas son irracionales, ilógicas y egoístas. Ámalas, a pesar de eso.
Si haces el bien, la gente te acusará de tener motivos egoístas ocultos. Haz el bien, a pesar de eso.
Si tienes éxito, te ganarás amigos falsos y enemigos verdaderos. Ten éxito, a pesar de eso.
La honestidad y la franqueza te hacen vulnerable. Sé honesto y franco, a pesar de eso.
El bien que hagas hoy, será olvidado mañana. Haz el bien, a pesar de eso.
La gente más grande con las ideas más grandes, puede ser derribada por la gente más pequeña, con las mentes más pequeñas. Piensa en grande, a pesar de eso.
La gente acepta a los perdedores, pero sigue sólo a los ganadores. Ayuda a algunos perdedores, a pesar de eso.
Lo que te ha tomado años en construir, puede ser destruido de la noche a la mañana.
Construye, a pesar de eso.
Haciendo bien las cosas, a pesar de todo.
Las personas son irracionales, ilógicas y egoístas. Ámalas, a pesar de eso.
Si haces el bien, la gente te acusará de tener motivos egoístas ocultos. Haz el bien, a pesar de eso.
Si tienes éxito, te ganarás amigos falsos y enemigos verdaderos. Ten éxito, a pesar de eso.
La honestidad y la franqueza te hacen vulnerable. Sé honesto y franco, a pesar de eso.
El bien que hagas hoy, será olvidado mañana. Haz el bien, a pesar de eso.
La gente más grande con las ideas más grandes, puede ser derribada por la gente más pequeña, con las mentes más pequeñas. Piensa en grande, a pesar de eso.
La gente acepta a los perdedores, pero sigue sólo a los ganadores. Ayuda a algunos perdedores, a pesar de eso.
Lo que te ha tomado años en construir, puede ser destruido de la noche a la mañana.
Construye, a pesar de eso.
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