Comparto estos documentos recopilados de una gran lista, que pueden ayudarnos y sernos útiles, quiero agradecer a Daniel Rincon Prada, Graciela Aguilar, Graciela E. Prepelitchi,Mónica Uribe López, Romeo Rios, Carmen Rupérez Pérez y mucha gente que ha estado en la sombra alimentando nuevacreative con un gran aporte de historias valiosas e interesantes que nos permiten reflexionar, evolucionar y mejorar cada día un poco más.
miércoles, 21 de noviembre de 2012
Más hace el que quiere que el que puede
Yo me sentaba junto a ella, mi abuela de jabón almidonado, de eterno colorete en las mejillas y prolijo rodete rematando su cabeza. Me sentaba junto a ella y miraba sus manos yendo y viniendo con la aguja, el fino hilo imitando el tejido de la tela que después de remendada parecía otra vez nueva. Y así desaparecía el agujero de la media gastada, el siete de la pollerita enganchada en el alambre de un cerco, jugando a las escondidas. Y los botones volvían, como fortificados, a su lugar preciso, los ruedos se alargaban o se acortaban de acuerdo con mi crecimiento o con la moda del momento.
Mirando hacer a mi abuela, aprendí a hacer algunas cosas. Y viendo el empeño que ella ponía para hacerlas bien, me di cuenta de que hacer bien las cosas es una especie de orgullo, un ramito de alegría que le regalamos a nuestra capacidad.
“A mi no me sale” o “Yo no sirvo para hacer esto”, eran dos frases que a ella, a mamá Sara, le hacían fruncir el ceño. Y decir:
? Cuando uno pone empeño en hacer algo, le sale. Y todos servimos para hacer las cosas que hay que hacer en la vida… salvo las que están reservadas a los artistas y a los virtuosos, como las de la creación.
Por eso, Verónica, a mí me inspira enorme respeto la gente que hace las cosas bien: el zapatero que clava una suela que no vuelve a desclavarse, la cocinera que logra que sus tortas se eleven como una torrecita de dulce sabor, la maestra adorada por sus alumnos, el profesor que consigue meterte en la cabeza su explicación sobre un tema de la materia que enseña, la secretaria que consigue ese llamado que parece imposible, el jardinero que conversa con las plantas para que sean más bellas y mantiene el césped como un delicado colchón de esmeraldas vivas, el empleado que frente a la ventanilla de atención al público deja de lado su dolor y esgrime la amabilidad y la sonrisa como sus dos mejores armas de trabajo.
Y quiero que pertenezcas a esa legión de gente.
Si aprendiste a hablar cuando las palabras eran esas cosas difíciles que pronunciaban los grandes y tu boquita se encantaba con torpes balbuceos… si aprendiste a tenerte en pie cuando el equilibrio era para ti tan riesgoso como para el trapecista el cruzar el aire de una hamaca hacia otra, sin una red debajo… ahora no me puedes decir que “matemática no me entra, mamá” o que no puedes prestar atención en clase sin distraerte… o que no sabes cómo mantener el orden de tu placard o como contener una mala contestación.
Cuando tengo un montón de cosas que hacer, me hago una lista con ellas y pongo en primer lugar las que menos me gustan: mientras las hago no me distraigo, pongo atención y cuidado; tienen que salirme bien, porque si no me salen bien, debo repetirlas… ¡hacer dos veces algo que no me gusta! Es intolerable.
Por naturaleza soy un poco cómoda y un poco haragana: para trabajar, para cumplir con mis obligaciones, hago un permanente ejercicio de mi voluntad.
Y eso es, mi querida niña, lo que tu (cómoda y haragana como yo), tienes que hacer: ejercitar tu voluntad permanentemente.
Para que tu carácter tenga fuerza.
Para que tus acciones lleven el sello de tu carácter.
Goethe escribió que: “el talento se forma en la sociedad; el carácter en medio del torbellino del mundo”.
Y es una verdad de a puño.
Frente a la valla sabemos cuál es el impulso que necesitamos para dar el salto que la pase.
Frente al río, sabemos cuántas brazadas debemos dar para nadarlo si queremos cruzar al otro extremo.
El torbellino del mundo pone a la vista los escollos que tenemos que vencer para vivir. Y hacer las cosas bien es una de las maneras de saltar vallas, cruzar ríos, vencer escollos.
Un viejo refrán popular predica que “más hace el que quiere que el que puede”.
Y yo quiero que quieras, que tengas ganas, que hagas las cosas bien para que el mundo se vaya mejorando, para que, poco a poco, entre todos los jóvenes, vayan construyendo un mundo mucho mejor que este que los adultos les ofrecemos. Un mundo a tu gusto, con todo lo que quieres que el mundo tenga: amistad, sinceridad, cordialidad, paz, cariño, música, alegría… toda esa alegría que a los de mi generación nos enseñaron que era poco menos que un pecado… como si sólo en el sufrimiento y en la dura obligación estuviese cimentada la verdad de la existencia.
Por eso, mi querida Verónica, para que las cosas te salgan bien, tienes que poner, además de voluntad… alegría al hacerlas.
Cuando yo era chica, una mucama de la casa de mamá Sara cantaba mientras limpiaba las docenas de caireles de cristal de la araña del comedor con agua y vinagre.
? ¿Por qué cantas siempre que haces este trabajo? –le pregunté.
? Porque si no canto no quedan tan brillosos –me contestó.
Y ahora, con el correr de los años, llegué a comprender que ella tenía razón.
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