¿Cuántas veces has escuchado decir: "Sigamos las reglas. Es mejor no arriesgarse."? ¿Cuántos padres han predicado a sus hijos la importancia de no hacerse notar, de no sobresalir, de no diferenciarse del montón? ¿Qué habrán opinado esos hijos cuando, luego de aplicar esos sabios consejos, los resultados han sido lo contrario de lo esperado? Seguramente que, en ese momento, no habrán estado de acuerdo con la idea de que si uno hace siempre lo correcto, lo que se espera de uno, nunca tendrá nada de que arrepentirse.
Lamentablemente, la vida no es tan fácil como para que una regla o un conjunto de reglas te pueda asegurar que todo irá bien en tu vida y que nunca tendrás que lamentarte de algo que hiciste. Puedes equivocarte tanto siguiendo las reglas como dejando de hacerlo. ¿Qué quiere decir seguir las reglas? Significa hacer lo que los demás esperan que hagas. Los demás pueden ser tus padres, tus amigos, tus maestros, cualquier persona que tenga algo que opinar sobre lo que haces o dejas de hacer. La sociedad, en general, espera de ti un determinado comportamiento, ya que eso precisamente significa vivir en sociedad: atenerse a un conjunto de reglas, las de la sociedad en que vivimos.
Existen personas que se limitan a vivir según lo que la sociedad espera de ellas; existen otras que solamente obedecen a su voluntad y no les interesa lo que puedan pensar los otros. Entre ambos extremos se encuentra la posición más adecuada para la mayoría de nosotros. Si queremos extraer más felicidad de la vida, tenemos que tener en cuenta nuestros propios deseos y necesidades, no solamente los de los demás. Por otro lado, solamente contadas personas pueden soportar enfrentarse a la sociedad y sacar algún beneficio de ello.
El hombre es un animal gregario, no está destinado a vivir en soledad. Cuando eras aún un bebé, no tenías conciencia de la separación entre tú y el resto del mundo. Luego, poco a poco, comenzaste a darte cuenta de que tu madre no formaba parte de ti y que no podías lograr siempre que hiciera lo que tú querías. En ese momento fue cuando comenzó la oposición entre tu individualidad y la sociedad, representada por tu madre o quien sea que se ocupara de ti. Durante todo tu crecimiento biológico se fue llevando a cabo un proceso de socialización, en el cual tu individualidad libró una batalla contra las expectativas de aquellos que te rodeaban.
Del resultado de esa batalla solamente tú puedes opinar, decir si fue bueno o malo. Existen personas que son felices sin necesidad de decidir por su cuenta, haciendo en todo momento lo que los otros les dicen que hagan. Comentarios como "Los chicos buenos hacen esto" o "Las chicas decentes no hacen tal otro", van guiando los pasos del joven en desarrollo y lo van llevando por el camino que sus padres y educadores han trazado para él.
Llegado el momento de elegir una carrera o un oficio, muchos son los que, por falta de una vocación definida, terminan eligiendo lo que los otros les dicen que es lo más conveniente. Lo mismo ocurre a la hora de elegir pareja y en otros momentos menos trascendentes de la vida. Si esto para ti ha funcionado bien, es decir, te ha conducido a una vida todo lo feliz que es razonable esperar, no hay razón para que cambies la manera en que te has venido manejando.
Si, en cambio, opinas que la vida no te ha dado toda la felicidad de la que serías merecedor, sería conveniente que revises las decisiones que has tomado y en qué medida lo que los otros esperaban de ti ha influido en el rumbo que has tomado. Muchas veces la buena voluntad de los que nos aconsejan no es suficiente para lograr nuestra felicidad. Una exploración profunda de tus verdaderas necesidades puede ser indispensable para saber cuál es el camino que te conviene seguir.
El conocimiento de qué es lo que realmente deseas puede ser necesario para que tu vida sea más feliz de lo que es ahora, pero no es lo único que te hará falta. Además debes tener el valor para enfrentarte con lo que lo que los otros puedan pensar que es más conveniente para ti. Cuando de niño no se ha tenido el apoyo de unos padres que le hayan alentado a uno a tomar sus propias decisiones, el proceso puede ser bastante doloroso.
Cada vez que se tiene que tomar una decisión, y sobre todo cuando es una importante, el miedo a equivocarse hace presa de la persona. ¿Y qué pasa si elegimos la opción incorrecta? Esto es lo que todos nos preguntamos en el momento de tener que elegir. La verdad es que, en la mayoría de las decisiones que hacen a nuestra vida, nadie nos puede asegurar que nunca nos hemos de equivocar. Ello es así sencillamente porque son muchos los factores que entran en juego y nunca se puede tener seguridad sobre todos ellos.
La libertad de poder elegir tiene el precio de que podemos equivocarnos, pero esto no debe impedirnos decidir por nuestra cuenta habiendo hecho primero un cuidadoso estudio de todos los factores involucrados. No debes temer a equivocarte y no debes sentirte culpable si luego resulta que no elegiste la mejor opción, suponiendo siempre que lo hayas hecho a conciencia y después de haber pensado suficientemente lo que ibas a hacer.
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